Conociendo al Padre Otoniel Gómez en su 25 Aniversario de Ordenación

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El padre Otoniel es un colombiano nacido en un pequeño pueblo cálido del departamento de Antioquia, cerca de Medellín. Vie-ne de una familia de nueve hermanos de la cual él es el sexto. Al parecer los nombres de todos en la familia ya daban aires de mucha religiosidad. Él cuenta entre risas que sus padres curiosamente se llaman: Don Jesús y Doña María, asimismo, entre algunos nombres de sus hermanos están: Juanes de la Cruz, Marta María, Margarita María, María de Jesús y Héctor de Jesús. Además, sus dos nombres son Otoniel de Jesús.

Pero la religiosidad no estaba solo en los nombres, ya que la familia era asidua en la asistencia a la misa dominical. “Las familias de mi pueblo eran muy religiosas.  En mi familia el fin de semana todo giraba en torno a la Eucaristía. Recuerdo yendo a la Eucaristía con mi familia caminando como veinte minutos. Ya de más grande recuerdo que nos íbamos en bicicleta”. 

Además de que le gustaba ir a misa, de niño también disfrutaba del estudio, no por nada le iba muy bien en la escuela. Durante sus vacaciones tenía que ayudar en el trabajo de agricultura en la finca de sus padres. Se dedicaba a sembrar papa, maíz, frijoles y otras legumbres. Aunque no lo disfrutaba tanto, lo hacía para ayudar a su padre.

En diciembre de 1975, a la edad de siete años, hizo su primera comunión. Día que recuerda con agrado, “Ese día fue muy especial porque el sacerdote del pueblo, una persona muy querida y amigo de la familia, fue especialmente a mi casa para que me diera la Primera Comunión”. Posteriormente recibió la confirmación en el mismo pueblo natal.

La dicha de haber nacido en una familia donde la fe era muy importante, haber estado cerca de la vida de la iglesia y conocer a sacerdotes de gran corazón, hizo que en aquel niño naciera el deseo de ser sacerdote. “Desde niño yo quería ser sacerdote. Me gustaba mucho la cosas de la iglesia, la música religiosa y todo en general”.

Ese deseo lo mantuvo muy dentro de su corazón hasta que un día decidió pedir permiso a sus padres para entrar al seminario menor. “Mi padre se opuso completamente porque como iba bien en los estudios, él quería que yo fuera a la universidad. Monseñor Adolfo, el párroco de la iglesia, fue un día a hablar con mi padre y después de esa conversación, me dio permiso”.

El camino vocacional se fue definiendo, aunque eso también incluiría cuestionamientos propios de la vocación. “Después de terminar el seminario menor, quise darme un espacio porque pensé que había entrado muy ligero y me presenté para el servicio miliar. Fui a la cuarta brigada en Medellín y... no me llevaron”, cuenta entre risas y continua: “Yo me puse a pensar y pensar durante esas vacaciones hasta que definitivamente dije, ¡me voy al seminario mayor! Cuando terminé la filosofía, me volví a replantear lo mismo. Ya  después uno descubre que definitivamente el llamado nunca es completamente claro, que en la vocación hay momentos de noches oscuras, tiempos de desierto y aridez en los que se piensa ‘esto no es para mí’. Pero, eso no significa que uno no sea llamado. Después de esos momentos, yo siempre terminaba pensando, ¡esto es lo mío! Por eso, la frase que elegí para colocar en el libro del seminario fue la del profeta Jeremías, ‘Me sedujiste Señor y me deje seducir”. Aún en los momentos de crisis, el Señor muestra siempre el camino. La fe es una aventura, no una seguridad. El problema es que como seres humanos tenemos por instinto la idea de estar en control de todo y nos olvidamos que Dios es el que está en control”.

Y así fue, Dios lo fue guiando y a la edad de 24 años, el 11 de noviembre de 1990, en la Diócesis de Sonson, Rio Negro, el entonces diácono Otoniel de Jesús Gómez, fue ordenado sacerdote por el Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo. “Fue una misa dominical en el pueblo. La iglesia estaba llena y estaba toda la familia, amigos y gente de las comunidades donde serví. Después de la experiencia, uno llega a aterrizar a los días. ¡La alegría lo inunda tanto que está por encima de uno mismo!  Es un momento único en la vida, completamente poderoso. También recuerdo que quien dirigió el coro de mi primera misa fue el padre Gildardo Suarez. El y yo entramos en el seminario menor en el mismo año 1982”.

Ya ordenado sacerdote, tuvo una experiencia fuerte ya que su primera asignación fue en una zona guerrillera. “Me asignaron una parroquia en Santa Ana, una zona montañosa muy peligrosa. Mi familia estaba muy preocupada.  En ese tiempo me tocó ser testigo de la violencia de las guerrillas. Ví cuando mataron al hijo del señor del servicio de la casa cural. Otra de las cosas difíciles fue ver que a veces, los caminos que uno recorría tenían cruces con muertos; fue bastante fuerte”. Luego de esta experiencia, fue asignado a otros lugares como la Catedral de la diócesis de Sonson. Después, de 1993 a 1994, estuvo en una parroquia central en Rio Negro y de 1995 al 1998 en una parroquia cerca de Medellín.

Por esos tiempos, tuvo el deseo de estudiar inglés y finalmente pidió a su obispo una experiencia de trabajo fuera del país. “El padre Omar Zuluaga que estaba en la parroquia de  San Juan Bautista, aquí en Rhode Island, me ayudó con las conexiones y él fue quien me recibió en el aeropuerto el 12 de enero de 1999.  Cuando llegué, sabía que existía una necesitad de ayudar a la gente hispana porque ellos necesitaban de que le hablaran en su propio idioma. Desde que llegué mi idea era también aprender mejor el inglés”. El padre Otoniel estuvo trabajando de vicario cooperador en la parroquia del Espíritu Santo en Central Falls desde su llegada hasta el 2008.

Habiendo sido luego encardinado en la diócesis de Providence, estuvo en Westerly por un año y después, en Julio del 2010, fue asignado como párroco en la Iglesia del Espíritu Santo, convirtiéndose así en el primer párroco hispano en esa parroquia y el segundo en la Diócesis de Providence. La parroquia es una de las más activas y cuando le preguntamos al Padre Otoniel, a qué atribuía tal resultado, contestó: “Las dificultades en el camino son normales, sobre todo en las tomas de decisiones. Pero, gracias a Dios, se ha ido trabajando. No por mí, sino porque aquí tenemos una cantidad de líderes muy entregados. La idea es aplicar lo que el Concilio Vaticano II recomienda, que la gente este activa en su sacerdocio bautismal a través de los servicios y ministerios y que el sacerdote no sea el que haga todo. Anunciar el Evangelio es tarea de todo bautizado, no solo del sacerdote. Además, el laico va a tener que ser protagónico cada vez más porque aquí los sacerdotes son cada vez más escasos. Claro que yo estoy pendiente de ellos cuando tienen dudas o se requiere de una orientación pastoral”.

Las satisfacciones grandes de su vida sacerdotal son muchas entre las que él destaca, “La Eucaristía, donde siento el poder de Dios porque aunque somos instrumentos tan débiles, el Señor nos usa para hacerse presente en la Eucaristía; el sacramento de la confesión, cuando la gente llega después de 30 o 40 años de no haberse confesado y hasta lo abrazan a uno después de su confesión; el bautismo, en el que se comparte la alegría y también el consolar en los momentos de tristeza cuando se despide a los seres queridos. Uno humildemente tiene que también que reconocer que muchas veces encuentra gente con una fe tan grande que lo edifican a uno”.

Ahora, cuando piensa en el futuro, el Padre Otoniel dice: “Solo le pido a Dios la gracia de la fidelidad. Donde esté o lo que esté haciendo en el futuro es algo accidental. Lo que tenemos ahora es el presente. Vivir la vida lo mejor que podemos y encontrar la felicidad en el cumplimiento diario de nuestra misión, eso es lo que espero”.

Finalmente, el padre Otoniel comentó,” Si tuviera que elegir este camino vocacional nuevamente, lo volvería a elegir. Uno puede tener momentos de crisis, pero yo sé que nunca me equivoqué de camino; sé que Dios me llamó desde siempre y por siempre y que sigo confiando en que El seguirá conduciendo mi vida. La vida sacerdotal es una felicidad. Todos debemos buscar ser felices. Mi invitación para todos es que siempre encuentren la felicidad en la vivencia de su compromiso cristiano y que en medio de nuestras luchas y dificultades siempre estemos con la vida fija en aquel que es el consumador de nuestra fe, con la mirada fija en Cristo, Él nos sabrá llevar a un puerto seguro”.